Como cualquier día de los últimos años, lo primero que hizo al levantarse fue acercarse al ventanal que daba a la ancha plazuela. Como cualquier día de los últimos años se quedó durante un par de minutos mirando el paisaje y al paisanaje.
El primero era inamovible, años sin que ni siquiera el Ayuntamiento hubiera abierto una zanja o plantado un árbol. El segundo era más cambiante, aunque solo fuera por el transcurrir de las estaciones lo que obligaba a que la gente mudara el atuendo, no así las actividades que a esa hora eran las mismas. Madres llevando a sus hijos al colegio, trabajadores descargando la mercancía en las puertas de los comercios que se extendían a lo largo de los soportales.
Hoy había decidido no ir a trabajar. Llamó a su jefe para decirle que se encontraba mal. Hoy quería saber cómo se movía la gente, qué hacía aquel hombre que cada mañana se sentaba junto al puesto de periódicos de los soportales .Era un hombre bajito, flacucho, castigado por el paso de los años.Mil y una arrugas adornaban su tostada piel y una nariz un tanto aguileña soportaba el peso de unas gafas a las que le faltaba un cristal y le hacían unos ojos pequeñísimos. Nunca nadie había reparado en él, excepto ella .Le parecía un personaje curioso, impregnado del ambiente provinciano que destilaba la ciudad .Además se había dado cuenta de que aquel hombre podía adivinar solo con ver a cada persona que tipo de periódico iba a adquirir. Según le había escuchado hablar un día, decía que él no lo adivinaba moviéndose por prejuicios si no por actitudes. Eso le sorprendió bastante y como no tenía nada que hacer durante la mañana decidió que hoy sería el día en el que cruzaría más de dos palabras con aquel hombre.