viernes, 8 de enero de 2010

Tenía nombre de tango...

La crisis nos llega a todos, incluso a aquel poeta extraviado en la urbe .Llegó a Madrid hace más de veinte años, ¿Cómo se le ocurre a alguien cruzar el charco para venir a Madrid ?Yo muchas veces se lo pregunté, siempre en balde, ya que constantemente inventaba historias nuevas sobre su llegada a la capital.
En su vida escribió dos novelas de gran éxito, nada de best-seller. Para él, este tipo de novelas, sólo servían para prostituir el alma con el fin de conseguir reconocimiento rápido. Escribía desde los sentimientos y con el corazón, por eso siempre utilizaba tinta roja.
Gran jugador de mus a eso de las once y diez. Se jugaba todo a una mano, le daba igual, disfrutaba mientras lo hacía. Era asiduo al club del placer, mujeriego y bastante soñador. Pero como casi siempre todo termina. De gran poeta a gran deudor en cuestión de semanas, por no decir días.
Yo lo conocí un día lluvioso de Noviembre. Nuestro encuentro fue bastante curioso. Con el tiempo llegue a pensar que aquel primer roce no fue más que, un brochazo, un apunte: el prólogo de su personalidad. Llegaba tarde al trabajo así que decidí coger el coche y hacer el recorrido en él, pese a que siempre lo hacía andando. Había un tremendo atasco justo en Gran Vía. Esta congestión del tráfico era utilizada por los vendedores de pañuelos o limpia cristales para sacar algo de dinero. De pronto uno de ellos se paró justo a la altura de mi ventanilla. Bajé el cristal con el fin de decirle que no tenía nada suelto y que con la que estaba cayendo no hacía falta que limpiara el cristal. Tras haber oído mi discurso sonrió, y seguidamente comenzó a recitar uno de los poemas más conmovedores que jamás había escuchado. No voy a negar que tuviera que echar mano de los vendedores de pañuelos, aquel poema me había calado demasiado hondo.
Lo primero que hice fue preguntarle qué hacía recitando poemas entre los atascos de la ciudad, a lo que me respondió simplemente con una tarjeta con su nombre y un número de teléfono. No dudé en llamarlo al día siguiente y quedar con él en la misma calle donde nos conocimos.
Estuvimos más de tres horas sentados en aquel bar, yo callada y el narrándome la historia de su vida. Con los días me di cuenta de que nada en el era del todo cierto, ni el año en que había venido a España, ni el porqué de esta ciudad. Sólo sabía que se hacía llamar Bonafaux, venía de Argentina y que su único amigo conocido era el juego, el juego de la vida

2 comentarios:

Rodrigo Marcos dijo...

Muy bueno pitufa, he vuelto a esta urbe amarillenta que enamora con la luz de la noche

sriesco dijo...

No me hables de Madrid, de poetas argentinos en Madrid...

Sigue escribiendo! ;)